Eliseo Diego y la fe de la creación

Eliseo Diego y la fe de la creación
Foto: Tomada de Cubadebate.

Único y vital en su esencia y diverso y plural en sus manifestaciones, el buen arte no solo contribuye a ver con otros ojos el mundo, sino también a reflexionar en un acto de autoconciencia evidente o discreta, pero subyugada por las demandas de un espíritu y su respuesta a la realidad.

Para Eliseo Diego, esa pasión quedó representada en su poesía, aunque también manifestó excelentes dotes como ensayista y tuvo un inicio en la narración. Sus poemas, afianzados en el redescubrimiento del potencial del ser humano, fueron transitando desde aspectos populares a otros más amplios, que no por universales tuvieron menos desarrollo y profundidad en el lirismo de su expresión.

Desde En la calzada de Jesús del Monte (1949) hasta obras como El oscuro esplendor (1966), A través de mi espejo (1981) o Inventario de asombros (1982), Diego se pertrechó de una expresión límpida para darle cauce a la escritura como vehículo para la expresión. “Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas”, expresó en algún momento. Asimismo, reuniría prosas en los trabajos Divertimentos (1947), Versiones (1970) y Noticias de la quimera (1975).

El Grupo Orígenes tuvo una impronta destacada en su formación. Fue fundador de ese colectivo, así como de la publicación homónima, junto a figuras como José Lezama Lima, Gastón Baquero, Virgilio Piñera, Cintio Vitier, Finar García Marruz y Julián Orbón, y otros intelectuales articulados a ese colectivo afianzado en la preservación de la identidad de la nación cubana. “Nosotros teníamos la sensación de que se estaba deshaciendo lo cubano, parte de esta identidad, de esta idiosincrasia, de esta identidad que llamamos Cuba, y que es una isla”, afirmó en una entrevista.

Como interpretación de las potencialidades, Diego apreciaba de este modo consideraciones sobre la realidad tras 1959: “(…) si dentro de un universo material existe una forma de ordenar la sociedad humana, de encontrar un ordenamiento más justo y razonable de la sociedad humana, el hecho de que tú creas en Dios o no, no te puede, no te debe impedir apoyar o asumir esta manera de organización de la sociedad”.

No obstante, esa postura no fue diáfana. A tono con los contrastes de cada época su figura generó diatribas no aclaradas. La emergencia del peso de las circunstancias no justifica la irracionalidad, menos cuando a cuerpo callado se perpetúan otros modelos con incorrecciones y abalorios retóricos de ineficiencia despojados de cualquier disculpa o autorreflexión. Por ello, recordar a Eliseo Diego en esta, la fecha de su partida, no resulta baladí.

Al respecto Eliseo Diego, su hijo, comentó: “El poeta Eliseo Diego era un patriarca generoso que ejercía una fascinación irresistible; habanero de pura cepa, conversador y simpático como pocos, papá enamoraba a tirios y a troyanos con su manera de contar historias de la tragicomedia insular, hasta que se dormía en el sillón del comedor sin decir las buenas noches, con un vaso de aguardiente posado sobre los muslos”.

Su obra está estructurada como un universo completo y autónomo, estructurada en la posibilidad de aprehender la realidad o el tiempo con las palabras y evocarlos después de la pérdida de la inocencia y la plenitud original, motivos por el cual todos sus libros son artefactos en un sentido etimológico y literal, como afirma Ángel Esteban, quien, además valora el convencimiento singular en sus ensayos vinculado a la urgencia de retornar al modelo y la experiencia de la infancia para conseguir la absoluta madurez y capacidad expresiva. “Los ensayos de Eliseo Diego mantienen unas propuestas teóricas siempre similares, que pivotan sobre las posibilidades del artista para llegar a expresar lo más profundo, lo más claro, lo que más se acerca a la cosa en sí. En algunos casos, lo más pequeño acaba siendo lo más grande”.

Aramís Quintero, uno de los estudiosos más destacados de su obra, expresaba con respecto a esa idea: “Cada libro es en sí un objeto artístico, poético, y revela la misma personalidad artística que hay en cada poema, un amor del detalle y del conjunto que se traduce en piezas completamente terminadas. En todas se revela el mismo autor, y son ciudadelas cerradas en torno a su motivación fundamental”.

Para Eliseo la poesía se trata fundamentalmente de una experiencia esencial de todo ser humano, y que no necesita en último término ser expresada en palabras. “Hay personas muy sencillas que con su sola manera de vivir han hecho ya un poema. Cuando tú te encuentras con la forma en que viven estas personas, te parece que estás delante, por así decirlo, de la majestad de la poesía. Hay personas que escribimos poesía, otras que la viven. Pero otro de los asuntos que ya he planteado es el problema de la poesía como necesidad de comunicar a alguien esta experiencia, de tener el testimonio de que uno ha visto y sentido la experiencia esencial de la poesía”.

En la compilación de Nos quedan los dones se afirma que toda su escritura está dotada de una suerte de estructura macro y microcósmica, lo cual imprime a su opera omnia un carácter cerrado y completo, marcado por la constante obsesión de alcanzar el ser de las cosas, aprehenderlo con palabras y evocarlo después: “(…) hasta sus últimos poemas de los años noventa, su obra adquiere un tono personal inconfundible, así como una notable capacidad para controlar tiempos y espacios y para el tratamiento poético de temas, circunstancias y lugares”.

La necesidad intrínseca de la poesía está manifiesta en la obra de Eliseo. La concatenación de esa necesidad con la espiritualidad de un hombre como él nos ofrece un cuadro que invita a varias lecturas. Sirvan como ulterior motivación las palabras del narrador y ensayista Rafael Almanza: “Los lectores de poesía siempre fueron pocos y ahora son menos que nunca. Pero el que viva para algo más que para prolongarse en el tiempo, se asomará con fruición en la poesía de Eliseo a una calidad de noticias y bendiciones como hay pocas en la lengua castellana actual. Él nos demuestra que el escritor puede confiar en la fe vivida desde lo profundo, no como un entretenimiento sentimental, una moda o un negocio, sino para el despliegue y la fuerza de su expresión personal. La fe no limita: hace crecer”.

Lázaro Hernández Rey