Rubén Martínez Villena: el poeta

Rubén Martínez Villena: el poeta

El intelectual cubano Rubén Martínez Villena reviste, indudablemente, una gran relevancia en la historia de Cuba, desde el punto de vista político, principalmente en la etapa en que Gerardo Machado, a quien Villena retrató con el apelativo de “asno con garras”, encabezaba el Gobierno.

Desde muy joven se vinculó a la lucha contra la corrupción y el entreguismo de los gobiernos republicanos de la nación antillana, liderando numerosas acciones cívicas de protesta.

Pero también fue un excelente poeta, aunque su producción no fue muy extensa ya que la muerte le sorprendió prematuramente. De su catálogo, en Cuba, se mencionan sobre todo sus poemas de temas políticos y sociales, como La pupila insomne, El anhelo inútil, El rescate de Sanguily, Mal Tiempo o 24 de febrero. Sin embargo, no es divulgada tan ampliamente su poesía de amor y de otros temas, entre los que no falta el erotismo.

Sus sonetos son perfectos, tanto en métrica como en rima y en la belleza y pulcritud. En este trabajo se ofrecen al lector algunos de esos poemas con el propósito de dar una mayor divulgación a la obra de este insigne cubano.

Declaración
En la penumbra del jardín silente
vibró la voz de mi febril anhelo,
y el tímido relato de mi duelo
movió tu corazón indiferente.

La voz al cabo se tornó valiente
y al varonil reclamo de mi celo
se volvieron tus párpados al suelo
y sonrojada se dobló tu frente.

Mas tu boca impasible quedó muda.
El «no» que siempre te dictó la duda
abrió apenas la curva purpurina,

y por ahogarla, de pasión obseso,
desfiguré tu boca peregrina
bajo la ruda compresión de un beso.

Soneto
Te vi de pie, desnuda y orgullosa,
Y bebiendo de tus labios el aliento,
Quise turbar con infantil intento
Tu inexorable majestad de diosa.

Me prosternó a tus plantas el desvío
Y entre tus muslos de marmórea piedra,
Entretejí con besos una hiedra
Que fue subiendo al capitel sombrío.

Suspiró tu mutismo brevemente
Cuando la sed del vértigo ascendente
Precipitó el final de mi delirio,

Y del placer al huracán temiendo,
Se doblegó tu cuerpo como un lirio
Y sucumbió tu majestad gimiendo.

Tempestad
La selva temerosa parece que presiente
con un temblor de frondas la próxima refriega,
y una ráfaga helada cruza el cálido ambiente,
portadora del reto del huracán que llega.

Expectación. La calma brevemente precede
a los vientos, que avanzan en fantástica tropa,
y se queja rugiendo la raigambre que cede
bajo el peso del árbol que doblega la copa.

Hay un rumor confuso, como de cabalgata,
Un trompetear horrísono de bárbara sonata
atruena el horizonte de color de ceniza;

y a la luz parpadeante de la eléctrica fragua,
el paso de la ráfaga se visibiliza
en el ondear del amplio cortinaje del agua.

El cazador
Regresaba de caza, mas extravió el camino,
y alegre, al trote vivo de su cabalgadura,
llegóse hasta el albergue pobre del campesino
con una corza muerta cruzada en la montura.

Esa noche la cena se prestigió de vino,
la niña de la casa retocó su hermosura,
y al tierno y suave influjo del calor hogarino
nació el más suave y tierno calor de la aventura.

Y él marchóse de prisa la mañana siguiente…
Quizás entre la noche –celestina prudente–,
hizo algún juramento que le entreabrió la puerta;

mas él no recordaba… Marchó por la campiña,
alegre, como vino; y el alma de la niña
cruzada en la montura como una cierva muerta.

Canción del sainete póstumo
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?),
y como buen cadáver descenderé a la fosa
envuelto en un sudario santo de compasión.

Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,
un muerto inspira siempre cierta curiosidad;
así, llena de extraños, abejeará la casa
y estudiará mi rostro toda la vecindad.

Luego será el velorio: desconocida gente,
ante mis familiares inertes de llorar,
con el recelo propio del que sabe que miente
recitará las frases del pésame vulgar.

Tal vez una beata, neblinosa de sueño,
mascullará el rosario mirándose los pies;
y acaso los más viejos me fruncirán el ceño
al calcular su turno más próximo después…

Brotará la hilarante virtud del disparate
o la ingeniosa anécdota llena de perversión,
y las apetecidas tazas de chocolate
serán sabrosas pausas en la conversación.

Los amigos de ahora –para entonces dispersos—
reunidos junto al resto de lo que fue mi «yo»,
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: —¡Todo lo presintió!

Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del «jamás»,
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…
Y vendrá el mañana… pero tú ¡no vendrás!…

Allá donde vegete felizmente tu olvido
—felicidad bien lejos de la que pudo ser—,
bajo tres letras fúnebres mi nombre y mi apellido,
dentro de un marco negro te harán palidecer.

Y te dirán —¿Qué tienes?… Y tú dirás que nada;
mas te irás a la alcoba para disimular,
me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!

Gilberto Gonzalez

Periodista