Santiago Álvarez en diálogo permanente con la realidad

El documental cubano tiene en Santiago Álvarez a un maestro consumado en diálogo perennemente con la realidad. Sus creaciones, en el umbral de la realidad que le tocó vivir, alcanzaron una amplitud inesperada a tono con las diversas facetas de una humanidad en efervescencia, allí, donde aparentemente no había nada.
De acuerdo con el director de cine brasileño Orlando Senna, en sus documentales la ideología y la estética constituyen una amalgama en la cual convergen diferentes recursos. “La estética revolucionaria de Santiago nace de su ideología, de su visión del mundo y de la certeza de que un cine revolucionario tiene que hacerse necesariamente de una forma revolucionaria”, afirmó.
Para el guionista y director de cine cubano Jorge Luis Sánchez, quien trabajó con él en el Noticiero Icaic Latinoamericano, una de sus mayores virtudes fue la constancia de sus obras:
“La armonía que se ve entre ideología y estética en su obra es respetable. Solamente pasando por la genialidad del talento eso termina siendo arte y no propaganda barata, o esquematismo. Yo respeto la coherencia, cualquiera que sea su signo, y Santiago fue un cineasta muy coherente (…) El cine de Santiago es revelación de ideas”.
En el ámbito del cine político, Santiago Álvarez aportó la cubanidad. En el conjunto de quienes lo definían como panfletario, le gustaba apropiarse de la palabra y subvertir su carga peyorativa. Así lo refiere el Premio Nacional de Cine (2006) y director de La bella de la Alhambra, Enrique Pineda Barnet:
“Santiago queda al frente de un grupo de jóvenes con mucha energía y deseos de hacer cine. Él logró encausar toda aquella creatividad en el Noticiero ICAIC Latinoamericano. Se nutrió de ella y le aportó madurez y sensibilidad. Me resulta curioso que haya aprovechado tan bien sus experiencias con los más jóvenes, porque lo recuerdo como un hombre testarudo para recibir consejos. Aunque, si lo piensas bien, era muy receptivo para posicionarse ante la vida”.
A su vez, para el realizador Jerónimo Labrada la osadía estética emana del respeto a la inteligencia del público:
“Era una persona extraordinaria. Por momentos, uno lo sentía como un segundo padre, o padre en la esfera del arte. Inspiraba mucho respeto. A veces, se encabronaba, o disgustaba por algo, pero todo fluía en un ámbito familiar. Te hacía pensar, recapacitar. Si se equivocaba él, venía después de lo más franco y abierto a reconocer el error.
“Era de esas personas a las que no se le puede decir que no. Uno se iba para todas sus aventuras con total entrega y alegría de participar en lo que era importante en la Isla, o el mundo. Creo que lo más hermoso que puede tener un director de cine es su calidad humana, y la capacidad para envolver alrededor de sus ideas a un equipo creativo”.
El dominio de los recursos cinematográficos no fue una bienaventuranza del azar, sino el resultado de un estudio arduo y dedicado para la orquestación de las historias en la realidad. En esos empeños, la visión raigal de Santiago prevaleció sobre y a pesar de los contratiempos. El empleo del sonido, la dramaturgia de la información y los recursos del montaje no pasan desapercibidos.
“El discurso modernista de buscar libertad, fraternidad y todas esas cosas, entró en crisis y no nos llevó a ningún buen lugar. Tal vez los jóvenes están buscando otro lenguaje, pero a veces sus búsquedas conducen a la mayor frivolidad. Si tú me preguntas qué pudieran aprender los nuevos realizadores con la obra de Santiago, te diría que el compromiso, el conocimiento, y, sobre todo, el rigor. Cada película debe salir de las tripas, el corazón, y el cerebro”, expresó el crítico de arte Joel del Río.